Múltiples conflictos y guerras asolan el mundo en la actualidad. Todos ellos arrastran consigo un gran sufrimiento, simbolizado en las masas de refugiados y desplazados, que huyendo de la muerte y de la destrucción, abandonan sus hogares. Son migraciones forzosas por causas políticas, detrás de ellas se hayan la guerra o la persecución ideológica, étnica o religiosa. En una entrada anterior, bajo el título «Refugiados y desplazados», hemos analizado los conceptos de refugiado y desplazado, diferenciándolos del de simple emigrante, cuyos móviles son esencialmente económicos y su carácter voluntario.
Todavía no tenemos acceso a los datos de ACNUR del 2015, que prometen ser especialmente trágicos, pero los del año 2014 ya resultaron especialmente preocupantes. Se batieron todos los récord al alcanzarse los 59,5 millones de personas refugiadas o desplazadas. Se superaban así ampliamente las cifras del año anterior, 2013, con 51 millones de personas en dicha situación. Semejante incremento ha estado ligado especialmente al creciente deterioro de la situación en Siria y el agravamiento de la guerra civil en el país con la irrupción del DAESH, aunque también han influido el desarrollo de otros conflictos. Durante el 2014 abandonaron sus casas más de 40.000 personas diarias, la mayoría desplazados dentro de las fronteras de su mismo país.
De los 59,5 millones de personas que migraron forzadamente hasta diciembre de 2014, la mayoría eran desplazados internos, unos 38,2 millones y 14,4 millones eran refugiados en otros países, todos ellos bajo el amparo de ACNUR. A ellos habría que añadir otros 5,1 millones de palestinos más, bajo el amparo del UNRWA . Entre los refugiados se encontrarían los 1,8 millones que habían solicitado asilo en otros estados. Los países que más refugiados produjeron se situaron en Asia y África, con la salvedad de Colombia, que ocupaba el segundo puesto en el ranking de desplazados internos. Siria sería el país que a nivel mundial generó el mayor número tanto de desplazados internos (7,6 millones), como de refugiados (3,8 millones). Hoy esa cantidad se ha disparado y a lo largo de 2015 el número de refugiados no ha dejado de crecer. Según los datos que manejamos en esta entrada, en septiembre de 2015 el número de refugiados sirios había superado los 4 millones. A la zaga estarían los más de 2,5 millones de refugiados afganos o los más de 1,1 millón de somalíes.
Aunque todavía sin cifras oficiales a nivel mundial, en el 2015 la situación solo ha podido agravarse porque la mayoría de los conflictos, lejos de desaparecer, se han expandido o se han enquistado. Ese es el caso de la guerra civil entre dinkas y nuer en Sudán del Sur, o el conflicto entre musulmanes y cristianos en la República Centroafricana. Persiste la inestabilidad en el Sahel, particularmente en Mali, así como en la República Democrática del Congo, un país en guerra desde hace más de 30 años. No parece tener fin la guerra civil en Somalia, aunque solo nos llegan noticias cuando se produce algún atentado terrorista especialmente sangriento, y se fortalece en Nigeria el grupo yihadista Boko Haram, causante del caos y la violencia que envuelve el norte musulmán del país. En Asia, la guerra de Afganistán se ha hecho crónica, y tras la salida de la mayoría de las tropas extranjeras, la actividad de los talibanes ha aumentado ostensiblemente, impidiendo el retorno de muchos desplazados y refugiados. En 2015, nos ha sobresaltado el drama del pueblo rohingya, minoría musulmana de Myammar, que huyendo de la persecución se embarcaba en viejos barcos que cruzaban el golfo de Bengala buscando refugio en los países cercanos. La aparición del DAESH, el llamado «Estado Islámico», ha agudizado el drama humanitario en Irak, y especialmente en Siria, países por los que se extiende. En Europa, el conflicto de Ucrania está lejos de una solución real y corre el riesgo de enquistarse, impidiendo la vuelta de cientos de miles de refugiados, la mayoría en Rusia. La excepción a todo este drama la trae Colombia, que tras décadas de guerra civil entre la guerrilla marxista y el estado, concentra el segundo mayor volumen de desplazados internos del mundo, más de 6 millones de personas. Un halo de esperanza envuelve al país, una vez que el proceso de paz emprendido por los contendientes en La Habana parece llegar a su fin y hacerlo de la mejor manera, con la paz. De hecho, a finales del 2015 se produjo la vuelta de los primeros desplazados a sus tierras.
La dimensión del drama de los refugiados se ha multiplicado al afectar por primera vez y de forma masiva a la Europa más rica. La frontera natural que es el Mediterráneo ha visto cruzar más de un millón de refugiados a lo largo del 2015, la mayoría sirios, pero también eritreos, irakíes o afganos, mezclados en muchos casos con emigrantes económicos. Accedían desde Libia hasta el sur de italia y la isla de lampedusa, o desde Turquía hasta Grecia, a través de las islas del mar Egeo, y de allí por los Balcanes hasta Europa central.
A pesar de todo ello, no debemos olvidar que la inmensa mayoría de los refugiados son acogidos en países no desarrollados, generalmente limítrofes a las zonas de conflicto. Se trata de países muy pobres, con escasos medios, que con frecuencia se ven sobrepasados por la avalancha humana. Se generan, entonces, tensiones y problemas de convivencia. Con frecuencia los países de acogida establecen limitaciones a su movilidad y su búsqueda de trabajo, hallándose en campos de refugiados inmovilizados, casi presos. Eso es lo que ocurre con los sirios en Jordania, los afganos en Irán o los somalíes en Kenia. En ocasiones, los países de acogida muestran una aptitud abiertamente hostil y se niegan a aceptar a los refugiados, se producen situaciones trágicas como las de los miles de rohingyas que en el verano de 2015 navegaban a la deriva en barcos insalubres, mientras los países musulmanes cercanos, como Indonesia o Malasia, se negaban a aceptarlos. Esa situación hostil se ha vivido en este último año también en la Vieja Europa, cuando cientos de miles de sirios, irakíes y afganos se enfrentaron al cierre de fronteras de países como Hungría, que llegó a construir una alambrada, en su camino hacia alemania en el verano de 2015.



SOMALIA, entre la guerra y la hambruna.
Dadaab, el mayor campo de refugiados del mundo.
En la actualidad el conflicto somalí está lejos de terminar. La guerra civil se inició en 1991, hace más de 24 años, con el derrocamiento del dictador Said Barre. El caos se apoderó del país y se inició una cruenta lucha entre distintos clanes y «señores de la guerra». El país se dividió y algunas regiones se separaron, alcanzando la independencia de facto, es el caso de Somalilandia o Puntlandia, situadas en el extremo norte del país. El islamismo radical fue cobrando fuerza y llenando el vacío político, favorecido por la creciente influencia de Al-Qaeda. La Unión de Tribunales Islámicos se hizo fuerte y fue extendiendo su influencia por muchas zonas del país hasta que la intervención de Etiopía en 2006 ,y un año después de EE.UU, frenó su expansión. La intervención extranjera no pacificó el país y prosiguieron las luchas entre distintos clanes, así como la actividad de grupos islamistas, surgiendo la organización terrorista al-Shabab, protagonistas de brutales atentados, no solo en Somalia, sino también en países cercanos como Kenia.
En estos años, a los desastres de la guerra, se han unido continuas sequías lo que ha provocado varias crisis alimentarias. Esta situación ha creado un 1,1 millón de refugiados, asentados en los países vecinos, y un número similar de desplazados internos, asentados en el entorno de la capital, Mogadiscio. En un país de 7,5 millones de personas, casi un tercio ha abandonado sus hogares, algo especialmente visible en el centro y sur del país. La presión sobre los países vecinos es enorme, sobre todo teniendo en cuenta la pobreza de éstos. Los países de acogida son sobre todo Etiopía, que alberga varios campamentos en la región de Liben, y sobre todo Kenia, en la que se sitúa el campamento de refugiados más grande del mundo, Dadaab. Construido para albergar 90.000 personas, hoy tiene más de 350.000 refugiados y se ha convertido en la tercera población de Kenia. Está ubicado en un terreno hostil, con un clima semidesértico y los primeros refugiados llegaron en 1991. En él han nacido muchos refugiados que no han conocido otra vida. Hay casas precarias, hay tiendas de campaña, hay simples chabolas o cabañas, hay también comercios y pequeños negocios, escuelas y hospitales, es una ciudad africana más, pero especialmente pobre, y también especialmente peligrosa. Hoy es un foco de controversia, ya que el gobierno keniata trata de cerrarlo, al considerar que es un centro de operaciones del grupo terrorista al-Shabab, que ha atentado varias veces en territorio keniata. Sea o no un vivero de terroristas islámicos, Dadaab es el último refugio para cientos de miles de desposeídos que no tienen donde ir y que lo han perdido todo. Su cierre sería una tragedia humanitaria de enormes consecuencias.

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Vista aérea del campo de refugiados de Dadaab (Kenia). F.: Baabalsham.com |
Tras el atentado realizado por al-Qaeda sobre las Torres Gemelas de Nueva York, EE.UU decide intervenir en el 2001 en Afganistán para aplastar al régimen de los talibanes. Desde entonces y derrotados los talibanes y recuperado Kabul, una guerra de baja intensidad ha seguido desgastando el país, debido a lucha de grupos de resistencia talibán en muchas zonas. Hoy existen 2,5 millones de refugiados, sobre todo en las áreas fronterizas de Pakistán, especialmente entre Pesawar y Queta, y de Irán (desde zahedán a Mashad). A ello hay que unir la existencia de 700.000 desplazados internos, afectados por la lucha de los talibanes. La mayoría viven en tiendas de campañas o en barrios de chabolas de adobe y barro, casas miserables, muy parecidas a las de las aldeas más pobres de afganistán.
El fotógrafo Nicolás Asfouri nos muestra el universo de los refugiados afganos a través de sus bellísimas fotografías, de las que he seleccionado algunas, que nos muestran la vida cotidiana en un campo cercano a Islamabad, en Pakistán.
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Islamabad, Pakistán. Una mujer con burka y su hija caminando en el campamento. Fotografía de Nicolas Afouri. AFP. |
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Islamabad, Pakistán. Niños jugando con un perro en las calles del campo de refugiados. Nicolás Afouri. AFP. |
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Islamabad, Pakistán. Cruzando un riachuelo en el campo de refugiados. Nicolas Afouri. AFP. |
Durante los años 80, concretamente en junio de 1984, una niña se convertía, en virtud de la capacidad de emocionar de la imagen, en el símbolo del drama de los refugiados. Una fotografía realizada por Steve McCurry, publicada en el número de junio de 1985 la lanzó al «estrellato» mundial y la convirtió en el icono de aquellos que sufren la guerra y la persecución. Inicialmente se había elegido un retrato de la misma niña en el que se tapaba la cara, pero a última hora se optó por el elegido. Esa mirada dura y austera, cargada de misterio, y esos ojos azules, bellos y salvajes, conmocionaron al mundo.
Como comentó después el propio Mc Curry, era la mirada de una persona que nunca había sido fotografiada, que sentía un profundo recelo hacia el desconocido extranjero que había entrado en su «colegio». Un campo de refugiados afganos en Pakistán, Nasir Bagh, plagado de chabolas y tiendas de campaña. En una de ellas, que hace las veces de escuela, entra el fotógrafo. Pronto le llamará la atención la increíble mirada de aquella niña tímida y retraída que, sin embargo, accedió sin problemas a ser fotografiada.
En el 2002, National Geographic financió una nueva expedición, que permitiría el reencuentro del fotógrafo y la protagonista de su fotografía. McCurry supo, entonces, el nombre y la edad de aquella niña, ahora ya convertida una mujer:
Sharbat Gula, Por primera vez y 17 años después, la protagonista pudo ver su retrato, tenía en ese momento treinta años de edad y tres hijos, vivía en una aldea de Afganistán, al que había retornado en 1992 tras casarse muy joven. En la actualidad, reside de nuevo en Pakistán. Las fotografías actuales nos muestran una mujer afgana prototípica, con su burka retirado y la cara desgastada, los años han sido duros con ella, como con la mayoría de las mujeres afganas: una combinación de pobreza, trabajo duro, múltiples partos, rigores del clima y frecuentes maltratos.
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Foto de Sharbat Gula en 2002. |
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La famosa foto de Sharbat Gula en 1985. |
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Sharbat Gula en 2002 con la revista en la mano. |
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La forto inicialmente elegida como portada. |