El camino de las estrellas
El camino de las estrellas
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Juan Carlos Escanciano
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No recuerdo cuándo miré por primera vez un cielo estrellado, pero en ese momento se produjo una vez más un milagro. El milagro por el cual el Universo se da cuenta de su propia existencia. Esta chispa ha saltado innumerables veces en este planeta y volverá a hacerlo, está latente en cada niño y en los niños que vendrán.
Desde que surgió la consciencia individual, y con ella el yo separado del tú, como retrata el mito de Adán y Eva, el ser humano ha sentido una necesidad imperiosa de pertenecer a algo mayor. No solo a nivel físico, formando parte de un grupo que facilita la supervivencia, sino también a nivel psíquico. Familia, pandilla, tribu, clan, nación, iglesia, asociación cultural, partido político, red social virtual, son algunas de las estructuras a las que nos aferramos en busca de seguridad psicológica.
Tímidamente vamos tomando consciencia de que todos somos parte de una sola Tierra interconectada, desde la divina Gaia de los griegos hasta la versión más moderna y cuantitativa de James Lovelock (1). Finalmente, el impulso ancestral trasciende los límites planetarios y nos lleva a explorar el camino de las estrellas.
«Así que, a cualquier región que se dirija el catalejo, sea la que sea, se mostrará de repente a nuestra vista una cantidad inmensa de estrellas, de las que la mayor parte parecen bastante grandes y muy resplandecientes, y también una multitud de las pequeñas que es absolutamente indeterminable.»
Así se expresaba Galileo Galilei en 1610 (2), describiendo maravillado su visión de la Vía Láctea, a través de su ‘catalejo’ recién construido. Tuvieron que pasar 2.000 años para que la intuición de algunos filósofos presocráticos quedase confirmada fuera de toda duda: la banda blanquecina que ahora llamamos Vía Láctea era en realidad un amasijo de estrellas, indistinguibles a simple vista.
¿Cómo se sentiría aquel hombre en los albores del siglo XVII al contemplar ese espectáculo a través de su humilde, pero revolucionario aparato? Incluso hoy, a pesar de vivir inmersos en un océano de estímulos multimedia, sigue causando asombro asomarse a un telescopio apuntado hacia el Cisne o Casiopea en una noche de verano.
¿Y podría Galileo imaginar que 400 años después de aquel día, millones de personas podrían disponer de una imagen de todo el cielo de 5.000 millones de píxels en un aparato que cabe en una mano? ¿Y que, orientando dicho aparato, que llamamos móvil, en cualquier dirección, uno podría observar millones estrellas veladas a nuestros ojos? La imagen en cuestión la ha compuesto Nick Risinger, un astrofotógrafo estadounidense que ha cumplido en solitario su sueño de proporciones heroicas (3). Su esfuerzo nos permite contemplar aquel Círculo Lácteo de los griegos en su totalidad, una panorámica majestuosa de 360 grados.
Dar un paso más requiere una comunidad entera de personas entregadas a la astronomía durante decenios, enormes telescopios y mucho ingenio. Ese paso consiste en desentrañar la verdadera estructura de nuestra Galaxia, la dinámica de las estrellas que la componen, el Sol entre ellas, e incluso especular sobre su evolución a escala cósmica. Ahora sabemos que en realidad vivimos en una Galaxia gigantesca con forma de disco, salpicada de regiones de formación estelar distribuidas en brazos espirales. Nos hallamos a medio camino entre el núcleo, hacia Sagitario, y la periferia, más o menos hacia Orión, a unos 25.000 años-luz de ambos puntos de referencia. Por tanto, lo que llamamos Vía Láctea es la proyección en la bóveda celeste de una espiral de 100.000 años-luz de diámetro, tal y como se observa desde un minúsculo planeta inmerso en su interior.
El Sol, y nosotros con él, gira a más de 800.000 kilómetros por hora alrededor del núcleo galáctico, y aún así tarda en torno a 250 millones de años en dar una vuelta completa. Vamos, que desde la extinción de los dinosaurios, hace unos 65 millones de años, hemos completado algo menos de un cuarto de vuelta. ¡Y cuántas cosas han pasado! Junto al Sol, miles de millones de estrellas más girando de forma ordenada, derviches a escala galáctica. Los números marean, las palabras se quedan cortas, y, aunque las imágenes ayudan enormemente a situarse, no dejan de ser descripciones, nunca la cosa en sí.
Solo ya con lo dicho, es obvio que el siglo XX ha supuesto el boom de la astronomía. Ahora empezamos a atisbar que formamos parte de algo mucho más grande, quizás infinito. Y con todo, el impulso que ha hecho todo esto posible, y que late en el corazón de cada astrónomo, sigue siendo el mismo asombro que surgió en aquel muchacho o aquella muchacha que miraba el cielo.
Y es el mismo impulso que me movió a estudiar astrofísica, a seguir aprendiendo cada día y a compartir lo aprendido y pensado a través del proyecto de divulgación navetierra. La idea de la Tierra como nave espacial, en el sentido literal de transportar multitud de criaturas como tripulantes por el espacio, no es mía, pero me parece bella. Y para mí, la belleza es un aspecto esencial de la observación del Universo, tanto como el aspecto intelectual.
Por tanto, las actividades que realizo tienen esta doble vertiente: rigor científico e invitación a lo estético y filosófico. Cuando tengo la suerte de impartir talleres fuera de la ciudad, añadimos la observación del cielo, que sigue siendo una experiencia fascinante e inspiradora, por muchas imágenes de Universo profundo que uno haya visto en el ordenador.
En el viaje de una llama olímpica hasta el estadio, los portadores son secundarios y la llama es lo esencial, lo que se transmite y permanece, lo que debe llegar en último término. Siento lo mismo respecto a la llama de la consciencia y a sus frutos, el conocimiento y, por tanto, no encuentro mejor ámbito para compartir esta llama que el educativo.
Es por ello que agradezco a la Consejería de Educación y Empleo de la Junta de Extremadura su apoyo al proyecto navetierra, con la promoción de cursos de astronomía para profesores, como los realizados en años anteriores en el Centro de Profesores y Recursos de Navalmoral de la Mata, o las próximas jornadas organizadas por el CPR de Jaraíz de la Vera, que tendrán lugar en el Centro de Educación Ambiental de Cuacos de Yuste, del 31 de marzo al 2 de abril.
Termino con unas palabras de John Dobson, al que todo aficionado a la astronomía conocerá: “Si te encuentras sólo navegando en un pequeño bote a oscuras en una noche despejada, y fijas tu mirada en la oscuridad del espacio interestelar, entonces, mantente bien despierto, porque si albergas fascinación en tu mente y paz en tu corazón, existe una posibilidad de que comprendas”.
(1) Su último libro en castellano es ‘La Tierra se agota’.
(2) En ‘Sidereus nuncius’.
(3) Muy recomendable visitar su página: http://skysurvey.org.
Fuente: El camino de las estrellas